domingo, 4 de septiembre de 2016

MEDUSA

El 19 de agosto partió el barco. Iba a ser su última ruta como barco de pasajeros. No era un crucero sino una forma de viajar de un país a otro como quien ahora va en avión. Pero para el Augustus ese iba a ser su última travesía para después, llegado a puerto ir a acabar con sus viejos hierros en donde sea que acaban los barcos que ya no van a volver a navegar.

Era un día fresco en aquel hemisferio y el barco enorme. A los ojos de una niña eso era una aventura. Ni idea tenía de lo que su vida iba a cambiar una vez que puso pie en aquel bicho flotante. No sabía o no era consciente de lo que aquello supondría, pero sí que sintió un gran pinchazo en el pecho cuando tuvo que despedirse de su primo, un niño que no quería bajarse del barco por nada del mundo. El gran barco zarpó y el muelle del puerto de la ciudad que la vió nacer se alejó poco a poco.

La travesía duró como quince días, tres puertos donde paró a dejar y a recoger más pasajeros y el resto del tiempo en navegación. La cabina del barco sería de las más baratas, imaginaba. Pero no era importante ni relevante para una mente infantil, estar en una zona menos vip del barco. A esas edades no se le da tanta importancia al dinero. ¡Quién pudiera pensar así hoy en día! La rutina era un juego. Levantarse, investigar, corretear con otros niños, comer, marearse, vomitar, volver a comer, jugar. Pasar el tiempo en la piscina del barco y participar en juegos de cubierta era como un mundo completamente nuevo. A medida que el gran viejo buque avanzaba hacia el hemisferio norte el clima se hacía más agradable.

Una de las cosas que la niña aprendió fue a conocer el barco como la palma de su mano. A los dos o tres días se conocía todos los rincones y todas las maneras posibles de ir y venir de un lado a otro, de popa a proa, de estribor a babor, de arriba abajo, como si estuviera todavía en su casa, en su jardín, en su dormitorio. A veces se dormía con un pensamiento, se acordaba de su mascota, aquel perro dicharachero que sus vecinos se quedaron porque no podía llevárselo con ella. Eso la hacía llorar. O acordarse de su muñeco favorito al que le cambiaba la ropa y jugaba en su jardín día sí y día también. Eso la hacía llorar. Pero los recuerdos y penas de un niño son algo efímeros; la llegada de un nuevo día siempre era un reto nuevo. El de conseguir participar en una nueva aventura.
Una de aquellas aventuras fue una gran fiesta en la piscina. Solo para niños. Y ese día fue mágico. El capitán del barco dirigió una ceremonia muy importante. Cada uno de los niños que iban en el viaje iban a ser bautizados con un nuevo nombre, que el propio Neptuno, Dios del Mar, les iba a conceder.
Estaba nerviosa porque siempre había creído en los cuentos, pero nunca se imaginó que iba a ser parte de uno. Así que cuando llegó su turno, Neptuno cogió un montón de agua salada de la piscina y la vertió sobre su cabeza pronunciando unas solemnes palabras. Y así, sin más se convirtió en un ser del mar y recibió el nombre de "Medusa" y el capitán del barco la saludó y le dió la bienvenida de nuevo pero ya con otro nombre.

Ese viaje ya había hecho algo por ella, la había convertido en un ser diferente. Así que los siguientes días, antes de llegar al puerto de destino, los pasó usando su nuevo nombre "Medusa"

Pero todo llega a su fin, y después de breves incursiones por el barco en territorios vedados para los pasajeros, pero que Medusa y sus nuevos amigos habían invadido cuando no los veían, Augustus llegó al puerto donde Medusa tenía que desembarcar.
Y así, sin más un 4 de septiembre puso pie en un nuevo continente.  A partir de ahí quien sabe lo que pasaría. Ni siquiera lo pensó, al menos conscientemente.
Sólo llegó a pensar que estaba lejos de su muñeco preferido y de su mascota.

Y de eso hace 42 años. ¿NO SABÉIS QUIÉN ES MEDUSA? PUES MUCHOS LA CONOCÉIS.

Y aún me acuerdo de mi muñeco preferido y de mi mascota. Cosas que tiene la vida.